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Categoría: Leyendas Esta leyenda urbana es parte del imaginario colectivo de San Luis Potosí, particularmente en escenas nocturnas cercanas al panteón del Saucito. Tiene registro desde la década de los años ochenta y se ha transmitido por voz entre taxistas y lugareños. No se atribuye a un autor literario; más bien, es una historia de tradición oral. Se consolidó gracias a las narraciones de quienes vivieron o supieron de los hechos, como el taxista Abel Morales y el licenciado Mario Palomares. Datos interesantes
Descripción breve
Personajes principales
La dama enlutada Hace algunos años, cuando el otoño ya comenzaba a pintar de sombras las calles empedradas de San Luis Potosí, un joven taxista llamado Abel Morales recorría las avenidas solitarias en busca de pasaje. Era noviembre, el mes de los muertos, y el frío se colaba por cualquier rendija. Las luces de la ciudad parecían temblar con el viento, y el cielo estaba cubierto por un manto espeso de nubes que auguraban una noche inquietante. Esa noche, Abel conducía por la avenida donde se encuentra el Panteón del Saucito, un lugar cargado de historia, flores marchitas y susurros del pasado. Había escuchado historias que rondaban esa zona, cuentos de almas en pena y apariciones, pero él nunca les había dado demasiada importancia. Hasta que aquella noche lo cambió todo. El encuentro Al doblar la esquina, sus faros iluminaron a una figura solitaria. Una mujer de estatura alta, vestida completamente de negro, se encontraba de pie a la orilla del camino. Llevaba un vestido largo que le cubría hasta los pies y un velo oscuro que ocultaba su rostro. Estaba inmóvil, como si lo esperara. Abel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Instintivamente, bajó un poco la velocidad, dudando. Nadie en su sano juicio se detendría a altas horas de la noche frente a un panteón, ante una mujer tan misteriosa. Pero algo en su porte —quizá la solemnidad, o la tristeza que emanaba— lo llevó a frenar. La mujer se acercó al taxi sin decir palabra. Con un movimiento delicado abrió la puerta trasera y se sentó en silencio. —Buenas noches… —dijo Abel con voz temblorosa. —Buenas noches —respondió la mujer con voz suave, apenas audible. —¿A dónde la llevo, señora? —Quisiera visitar los templos de la ciudad —contestó ella. Abel frunció el ceño. —¿Disculpe? Es muy tarde… todos los templos ya están cerrados. —No importa —dijo la mujer sin levantar el velo—. Solo quiero detenerme frente a ellos y rezar una oración. El joven tragó saliva. Algo no estaba bien, pero la calma de su pasajera, el tono melancólico de su voz, y la extrañeza del momento lo envolvieron como una neblina. Decidió aceptar. —Muy bien… ¿Cuál será el primero? —El Templo de San Francisco —dijo sin dudar. Y así comenzó el viaje. El recorrido San Luis Potosí es conocido por su arquitectura colonial y sus templos magníficos. Abel conocía cada rincón de la ciudad y condujo con facilidad por las calles antiguas. Durante el trayecto intentó romper el silencio. —Nuestros templos son muy bonitos, ¿no cree? A los turistas les encantan. Algunos dicen que tienen magia… Pero la dama enlutada no respondía. Solo miraba por la ventana. Al llegar al Templo de San Francisco, ella bajó lentamente, se hincó frente a la puerta cerrada y rezó en voz baja, aunque desde el auto Abel no alcanzaba a escuchar las palabras. Luego, sin más, se levantó y regresó al vehículo. —¿El siguiente? —preguntó él, nervioso. —La Parroquia de San Miguelito. Y así fue. En cada templo sucedía lo mismo: la mujer descendía, se hincaba en oración y volvía en completo silencio. Pasaron por:
Al llegar nuevamente al Saucito, el último templo y lugar donde la había encontrado, la mujer bajó por última vez. Al regresar, le habló con un tono más humano. —¿Podría llevarme al lugar donde me recogió? Abel la miró por el espejo retrovisor. Dudó un momento. —¿Frente al panteón? Señora… ya es muy tarde. ¿No le da miedo? —No, joven. No tengo miedo. Pero debo volver. El silencio volvió a apoderarse del vehículo. Al acercarse al panteón, la mujer habló de nuevo: —No traigo dinero para pagarle. Pero quiero darle esto —y sacó una medalla de oro que brillaba, incluso bajo la luz tenue del interior del taxi—. También le pido un favor: entregue este papel a mi hermano, Mario Palomares. Él le pagará por el servicio. Abel, aunque desconcertado, aceptó la medalla y el papel. Cuando se detuvo frente al cementerio y bajó para abrirle la puerta, descubrió algo aterrador: la mujer ya no estaba en el asiento trasero. La puerta seguía cerrada. No había sonido, ni rastro de ella. Pero al levantar la vista, vio una figura cruzando lentamente los portones del panteón… sola, en la oscuridad. Abel se quedó helado. No se atrevió a seguirla. Subió rápidamente al coche y se fue, repitiéndose que tal vez todo había sido producto de su imaginación. Solo el papel en su mano y la medalla en el bolsillo confirmaban que todo había sido real. La revelación Al día siguiente, decidido a terminar con la inquietud, Abel fue en busca del licenciado Mario Palomares. Lo encontró en su despacho en el centro de la ciudad y le explicó todo lo ocurrido. El hombre escuchó con atención, cada vez más pálido, hasta que, al ver la medalla y leer la nota, no pudo contener el temblor en su voz. —Esta… esta es la letra de mi hermana, Socorro… Y esta medalla era de ella, la llevaba siempre consigo. Era su más preciado recuerdo. Abel sintió un nudo en el estómago. —Señor… ¿qué está diciendo? Mario lo miró fijamente. —Mi hermana… murió hace un año, en un accidente automovilístico. Una de sus últimas promesas fue visitar los templos antes del Día de Muertos… pero nunca pudo cumplirlo. Abel palideció. Sus manos temblaban y el sudor le corría por la frente. El licenciado intentó pagarle el doble por el servicio, pero Abel, aturdido, solo pudo murmurar: —No quiero nada… Solo… quiero olvidar. Salió corriendo del lugar, dejando atrás la medalla y el dinero. El final Pasaron tres días. La noticia sorprendió a todos en la ciudad: el joven taxista Abel Morales fue encontrado sin vida en su casa, sin señales de violencia ni causa médica aparente. Su rostro mostraba una expresión extraña, como de susto profundo, como si hubiera visto algo imposible de comprender. Desde entonces, los taxistas evitan pasar de noche por el Panteón del Saucito, especialmente en noviembre. Dicen que, en las madrugadas frías, puede verse a una mujer de negro parada bajo la luz mortecina de la calle, esperando un taxi para cumplir su promesa una vez más. Y si alguna noche la ves… no le preguntes nada. Solo escucha su petición, y acompáñala en silencio. Preguntas de comprensión lectora
Respuestas a las preguntas
Reflexión Cierre de la experiencia lectoraLa travesía de Abel y Socorro nos deja una huella inquietante: nos recuerda que la vida y la muerte podrían entrelazarse de formas inesperadas, y que, a veces, las promesas no cumplidas en vida pueden anclar el espíritu en un viaje eterno. Análisis de la lección moral Esta leyenda transmite valores como la importancia de realizar las promesas en vida y la compasión hacia las almas que buscan amparo tras el paso al más allá. También advierte sobre el respeto y la atención que merecen las figuras enlutadas: no siempre son portadoras de miedo, sino de mensajes y mandas. Preguntas finales para reflexionar
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