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Categoría: Cuentos La Bella y la Bestia es uno de los cuentos clásicos más conocidos en todo el mundo. Su origen se remonta al siglo XVIII en Francia, donde fue publicado por primera vez por Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve en 1740. Años después, en 1756, Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, una escritora y educadora, hizo una versión más corta y sencilla destinada a la educación de los niños, la cual se convirtió en la más popular. Desde entonces, el cuento ha tenido cientos de adaptaciones en libros, obras de teatro, películas, caricaturas, musicales y series. Entre las versiones más conocidas destaca la película animada de Disney de 1991, nominada al Óscar como mejor película, y la adaptación en acción real del 2017, protagonizada por Emma Watson. Datos interesantes
Resumen de la historia Introducción: Bella, una joven bondadosa e inteligente, vive con su padre y sus hermanos. Un día, su padre se pierde en el bosque y encuentra un castillo misterioso. Al tomar una rosa para Bella, es confrontado por una Bestia. Nudo: Para salvar a su padre, Bella acepta ir al castillo y vivir con la Bestia. Aunque al principio le teme, con el tiempo descubre la bondad y ternura que hay en él. Desenlace: Cuando Bella se da cuenta de que ama a la Bestia, rompe el hechizo que lo había convertido en monstruo. Él vuelve a ser un príncipe y ambos viven felices. Personajes principales
La Bella y la Bestia Había una vez un comerciante que vivía con sus tres hijas. La menor, llamada Bella, era tan dulce y generosa que todos la querían. Sus hermanas, en cambio, eran egoístas y solo pensaban en vestidos y fiestas. Un día, el comerciante perdió toda su fortuna y se mudaron al campo. Un tiempo después, el padre recibió la noticia de que uno de sus barcos podría haber sobrevivido al naufragio, así que partió hacia el puerto. Antes de irse, preguntó a sus hijas qué querían como regalo. Las mayores pidieron joyas y vestidos. Bella, en cambio, pidió solo una rosa. El padre no encontró riquezas, y al regresar, se perdió en el bosque. Tras caminar durante horas, encontró un misterioso castillo. Allí, una mesa llena de comida lo esperaba. Comió y descansó. Al salir, vio un jardín de rosas y recordó el deseo de Bella. Tomó una, pero en ese momento, apareció una Bestia feroz. —¿Te atreves a robar mis rosas? —rugió la Bestia. El hombre cayó de rodillas, temblando de miedo, y suplicó perdón con voz temblorosa. —Perdóname, noble Bestia —dijo—. Solo quería llevarle una rosa a mi hija menor, Bella. No pretendía ofenderte. La Bestia, tras mirarlo fijamente con sus grandes ojos dorados, respondió con severidad: —Te perdonaré la vida, pero solo si prometes enviarme a una de tus hijas para que viva aquí en el castillo conmigo. Si no, deberás regresar tú mismo y pagar con tu vida. El mercader, desesperado, aceptó el trato y corrió a casa. Al llegar, les contó a sus hijas lo sucedido. Sus dos hijas mayores reaccionaron con reproches y enojo: —¡Todo esto es culpa tuya, Bella! Si hubieras pedido vestidos o joyas como nosotras, nada de esto habría pasado —dijeron con desprecio. Bella, conmovida por el sufrimiento de su padre y sintiéndose responsable, habló con valentía: —Padre, tú no tienes la culpa de nada. Yo iré al castillo y cumpliré con la promesa. No quiero que sufras por mí —dijo decidida. El mercader trató de disuadirla, pero Bella insistió y partió hacia el castillo. La Bestia le ofreció la habitación más grande del palacio y le permitió pasear libremente por los extensos y bellísimos jardines llenos de flores de todos los colores. Sin embargo, Bella se sentía triste porque extrañaba a su padre. En las noches, Bella se sentaba junto a la chimenea y cosía en silencio, mientras la Bestia le hacía compañía, observándola con una mezcla de curiosidad y melancolía. Sus grandes ojos, antes duros y fríos como la piedra, parecían ahora llenos de preguntas sin respuesta, como si intentara comprender los sentimientos humanos que tanto tiempo había olvidado. A veces, la Bestia daba un paso hacia ella, abriendo la boca para decir algo, pero se detenía, inseguro, temiendo molestarla o asustarla. Bella notaba aquella lucha silenciosa en su interior y, con voz suave, trataba de entablar conversación: —¿En qué piensas, Bestia? Él se sobresaltaba, como si nadie le hubiera hecho una pregunta con verdadero interés en muchos años, y bajaba la mirada. —Pienso… en cómo era antes. En cómo olvidé ser amable con los demás. Y en cómo tú me haces recordar cosas que creía perdidas —respondía con voz baja, casi avergonzada. Bella sonreía con ternura y volvía a su costura, mientras el crepitar del fuego llenaba la sala de una cálida y serena luz. Poco a poco, esas noches silenciosas se convirtieron en momentos de reflexión para la Bestia, que comenzaba a comprender que la amabilidad y la paciencia podían llenar su soledad más que el miedo o la obediencia forzada de los demás. La Bestia, que había vivido muchos años solo y apartado del mundo a causa del hechizo que lo transformó, se había vuelto impaciente y poco tolerante con los demás. Su maldición no solo cambió su apariencia, sino también endureció su carácter y su corazón, llenándolo de desconfianza y amargura. Por ello, en sus primeros encuentros con Bella, se mostró brusco y autoritario, incapaz de tratarla con la cortesía que merecía. Una tarde, mientras Bella leía en voz alta en la gran biblioteca, la Bestia entró de pronto y, con tono áspero, le exigió: —¡Deja ese libro y ven conmigo al jardín ahora mismo! ¡Te ordeno que me acompañes! Bella cerró el libro con calma, se puso de pie y, con voz firme y mirada serena, le respondió: —No soy tu prisionera. Si deseas mi compañía, pídemelo con amabilidad, no con gritos ni órdenes. La Bestia se quedó en silencio, sorprendido. Nadie jamás le había hablado así desde que se convirtió en monstruo. Todos temían su apariencia y obedecían sin rechistar. Pero Bella no tenía miedo de decir la verdad, y su actitud segura y respetuosa lo hizo reflexionar. Bajó la mirada, avergonzado, y con voz más suave murmuró: —Perdóname... no estoy acostumbrado a tratar con personas. He olvidado cómo ser amable... Hace tanto tiempo que vivo solo… Bella le sonrió con dulzura y volvió a su silla: —Si quieres que pasee contigo por el jardín, solo pídemelo con respeto. Yo no soy como los demás que te temen. Pero merezco ser tratada con dignidad. Ese momento quedó grabado en el corazón de la Bestia. Por primera vez en años, alguien le hablaba con sinceridad y sin miedo, mostrándole que su aspecto monstruoso no justificaba su rudeza. Desde aquel día, comenzó a esforzarse por cambiar su comportamiento. Cada vez que hablaba con Bella, procuraba usar un tono más amable y paciente. Su corazón, antes frío y endurecido por la soledad, empezó lentamente a ablandarse. Así, poco a poco, entre conversaciones en la biblioteca, paseos bajo los rosales y veladas junto al fuego, la Bestia se transformó en alguien más considerado y generoso. Bella notaba este cambio en su actitud y, aunque aún rechazaba sus propuestas de matrimonio, comenzó a ver en él no a un monstruo, sino a un ser con un alma que despertaba de su largo letargo de tristeza y soledad. Un día, Bella confesó que extrañaba mucho a su padre. La Bestia, compadecida, le entregó un espejo mágico con el que podía ver a su familia en cualquier momento: —Mira este espejo y podrás verlos siempre que desees. Así nunca te sentirás sola —le dijo. Pero el espejo le mostró una imagen preocupante: su padre yacía enfermo en su cama, pálido y débil. Bella rompió en llanto y suplicó a la Bestia: —¡Por favor, déjame ir a casa! Solo quiero cuidarlo unos días… te lo ruego. La Bestia, herida en su orgullo, rugió con fuerza: —¡No! ¡Nunca abandonarás este castillo! —exclamó con furia, saliendo de la habitación con paso pesado. Sin embargo, poco después regresó con expresión apaciguada y le dijo con tristeza: —Puedes ir a ver a tu padre. Quédate con él siete días, pero debes prometerme que regresarás. —Te lo prometo —dijo Bella, agradecida—. Volveré en una semana, lo juro. Con el corazón aliviado, Bella viajó a casa y cuidó a su padre con esmero. Su presencia le devolvió la salud poco a poco. Sin embargo, sus hermanas, llenas de envidia al verla tan hermosa y feliz, la convencieron de quedarse más tiempo: —Quédate un poco más, Bella… ¿para qué regresar tan pronto a ese lugar espantoso? —le decían con fingida amabilidad. Bella, dudosa, se quedó unos días más, olvidando su promesa. Pero una noche tuvo una horrible pesadilla: veía a la Bestia tendida en el suelo del jardín, pálida y moribunda. Despertó sobresaltada y comprendió que debía regresar de inmediato. Sin perder tiempo, Bella tomó el anillo mágico que la Bestia le había dado —capaz de transportarla al instante al castillo— y se lo colocó en el dedo. En un parpadeo, se halló en el oscuro y silencioso castillo. Llamó a la Bestia con desesperación, recorrió los salones vacíos y finalmente lo encontró en el jardín, tendido en el suelo, débil y sin fuerzas. Cayó de rodillas junto a él, llorando desconsolada: —¡Bestia! ¡Despierta! ¡No mueras! ¡Te quiero! ¡He sido una tonta al no regresar antes! ¡Por favor, no me dejes! ¡No mueras! Al pronunciar esas palabras, el hechizo se rompió. Una luz dorada envolvió a la Bestia, que poco a poco tomó la forma de un apuesto príncipe. —El amor verdadero rompió la maldición —dijo él—. Gracias por ver mi corazón más allá de mi apariencia. Y así, Bella y el Príncipe vivieron felices, rodeados de bondad, libros y jardines de rosas. Preguntas de comprensión lectora
Respuestas a las preguntas de comprensión lectora
Reflexión Leer La Bella y la Bestia es como mirar dentro del corazón humano. La historia nos invita a valorar lo que realmente importa: la bondad, el amor sincero y el crecimiento personal. Es un cuento que, aunque se repita muchas veces, sigue emocionando por su mensaje atemporal. ¿Cuál es la lección moral? La moraleja de este cuento es clara: lo esencial es invisible a los ojos. Bella no se deja guiar por la apariencia de la Bestia, sino por su corazón. Nos recuerda que el amor y la compasión pueden romper cualquier hechizo, y que todos merecen una segunda oportunidad. Preguntas para reflexionar
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