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Categoría: Cuentos "El soldadito de plomo" es un cuento clásico escrito por el célebre autor danés Hans Christian Andersen, publicado por primera vez en 1838. Andersen es reconocido mundialmente por sus cuentos de hadas, muchos de los cuales han trascendido generaciones, como La Sirenita, El Patito Feo y La Reina de las Nieves. Este relato ha sido traducido a decenas de idiomas y adaptado a múltiples formatos: libros ilustrados, obras de teatro, ballets, películas animadas, cortometrajes y hasta producciones cinematográficas modernas. Existen al menos 50 adaptaciones oficiales conocidas en diferentes medios, sin contar versiones libres o reinterpretaciones que artistas de todo el mundo han creado. La historia del soldadito de plomo es breve, pero cargada de simbolismo y sentimientos profundos como el amor, la valentía y la aceptación del destino. Datos interesantes
Breve descripción de la historia Introducción: En una caja de juguetes vive un pequeño soldadito de plomo que, a diferencia de sus compañeros, solo tiene una pierna. Un día, ve a una bailarina de papel que parece estar de pie en un solo pie, como él, y se enamora de ella. Nudo: Por azares del destino, el soldadito cae por la ventana y comienza una serie de peligrosas aventuras: es llevado por un río, tragado por un pez y devuelto accidentalmente a la misma casa de la que salió. Desenlace: El destino final del soldadito y de la bailarina es el fuego de la chimenea. En las cenizas solo queda su pequeño corazón de plomo y la lentejuela de la bailarina. Descripción de los personajes principales
El soldadito de plomo Había una vez, en una ciudad de techos puntiagudos y calles empedradas, una pequeña casa en cuyo interior vivía un niño que, en su cumpleaños, había recibido un regalo muy especial: una caja con veinticinco soldaditos de plomo. Todos idénticos, con su uniforme brillante de rojo y azul, sus rifles al hombro y una mirada decidida. Pero uno de ellos, el último de la fila, era diferente: tenía solo una pierna. El molde se había quedado sin plomo justo cuando fue su turno, y así nació incompleto. Sin embargo, él no se sentía inferior a los demás. Se mantenía firme y orgulloso, como si nada le faltara. —Miren quién llegó cojeando —se burlaba un soldadito desde la fila de atrás—. ¡El soldado rengo! Pero el soldadito de una sola pierna no decía nada. Miraba al frente, como un buen soldado, decidido a cumplir su deber sin importar las circunstancias. En la habitación donde vivía el niño había una casa de juguetes magnífica, con torres de cartón, ventanas de cristal y un jardín diminuto con espejos que simulaban lagos. Frente a la gran casa de papel se hallaba una figura de bailarina: alta, esbelta, con una falda de tul blanco y una lentejuela brillante en el pecho. La bailarina estaba en equilibrio sobre una sola pierna, con la otra levantada detrás de ella de manera elegante. El soldadito creyó que también a ella le faltaba una pierna, como a él. Se sintió inmediatamente atraído por esa figura delicada y orgullosa que, como él, parecía desafiar al mundo con valor. “Qué hermosa y valiente debe ser”, pensó. Pero no todos los juguetes compartían su admiración. Desde una caja sorpresa cercana, un duende de resorte asomó su fea cabeza, con una sonrisa torcida. —¡No la mires! —gruñó en voz baja el duende—. ¡Ella no es para ti! ¡Deja de mirarla, soldadito cojo, o te arrepentirás! El soldadito no respondió. No podía apartar los ojos de la bailarina. Ella permanecía inmóvil en su pose perfecta, sin saber siquiera que él existía. Esa noche, cuando los relojes dieron la medianoche y la casa quedó en silencio, los juguetes cobraron vida. Los soldaditos de plomo marcharon en formación, el tren de juguete dio vueltas por la habitación, y los animales de peluche bailaron sobre la alfombra. Todos estaban alegres. Todos... menos el soldadito de una pierna. Él permanecía firme en su lugar, vigilante. Sólo sus ojos viajaban, una y otra vez, hacia la hermosa bailarina de papel. De pronto, la tapa de la caja sorpresa se abrió de golpe. —¡Te advertí! —gritó el duende—. ¡Te lo dije, y ahora pagarás! Antes de que pudiera hacer algo, una ráfaga de viento entró por la ventana que había quedado entreabierta. La corriente levantó al soldadito de su sitio y lo arrojó por la ventana, hacia la calle empedrada. El soldadito cayó de cabeza en la acera. Su rifle se le clavó en el hombro, pero no soltó un solo quejido. A la mañana siguiente, dos niños que pasaban lo vieron en el suelo. —¡Mira, un soldadito de plomo! —dijo uno de ellos—. ¡Vamos a hacerlo navegar! Llevaron al soldadito hasta un arroyo que corría junto a la calle y lo pusieron en un barco hecho de papel de periódico. El agua de lluvia corría rápida, arrastrando el barco con fuerza. El soldadito se mantuvo en pie, derecho como siempre, mientras la pequeña embarcación navegaba por el arroyo, atravesando puentes, esquivando ramas y desechos. Oscuros túneles se abrían bajo la ciudad, y pronto el barco fue absorbido por uno de ellos. Dentro del túnel, la oscuridad era absoluta. Solo el eco del agua y el rumor de las ratas de alcantarilla rompían el silencio. —¿Quién va ahí? —gruñó una voz chillona—. ¡Detente y paga peaje! Una enorme rata con ojos rojizos y cola larga apareció en medio del túnel. Olisqueó el barco con desconfianza. —¿No tienes permiso de paso? ¿No llevas pasaporte? —preguntó con burla. El soldadito no respondió. Se mantuvo firme en su sitio. —¡Ya verás cuando mi primo rata te encuentre más adelante! —chilló la rata, desapareciendo entre las sombras. El arroyo subterráneo desembocó de repente en un canal mayor. Allí, una enorme boca abierta tragaba toda el agua y la llevaba directamente hacia el río. El papel se ablandó con la humedad. Las olas lo zarandeaban con violencia. De pronto, ¡crac! El barco se deshizo, y el soldadito cayó al agua, hundiéndose como una piedra. Mientras se hundía, pensó en la bailarina de papel. “Si al menos pudiera verla una vez más...”, suspiró en su mente de plomo. Pero entonces, una gran sombra lo cubrió. Una enorme carpa se acercó nadando, abrió su boca y ¡glup!, se lo tragó. Dentro del vientre oscuro del pez, todo era silencio y calor. El soldadito se acurrucó, sin perder su posición de firmeza, esperando su destino sin miedo. Pasaron horas. O quizás días. Hasta que, de pronto, sintió un fuerte tirón: la carpa había sido pescada. Una vez en la cocina, la cocinera abrió al pez para limpiarlo... y allí estaba el soldadito de plomo. —¡Miren lo que hemos encontrado! —exclamó la mujer—. ¡Un soldadito de plomo! Lo lavó y lo llevó de nuevo a la habitación de juguetes. El niño, sorprendido, lo reconoció de inmediato. —¡Es el mismo soldadito que cayó por la ventana! —gritó alegre—. ¡Qué suerte la suya! El soldadito fue colocado sobre la mesa, justo frente a la casa de juguetes. Allí estaba ella, la bailarina de papel, tan hermosa como siempre, con su falda de tul y su pose elegante. Su brillo seguía intacto. Ella también parecía mirarlo con dulzura. Pero en la habitación seguía la caja sorpresa. Desde su interior, el duende observaba con ojos malévolos. —Ya veremos si sigues teniendo suerte, soldadito de una pierna... —murmuró con odio. En ese momento, uno de los niños tomó al soldadito sin cuidado y, sin razón aparente, lo arrojó a la chimenea. —¡Vamos a ver si resiste el fuego! —se rió. El soldadito cayó en las llamas. El calor comenzó a derretir su cuerpo de plomo. Pero incluso allí, en el ardor de la hoguera, se mantuvo erguido, firme, con la mirada alta y el corazón lleno de valor. Sabía que su fin se acercaba, pero no le temía. De pronto, una ráfaga de viento levantó a la bailarina de papel desde la casa de juguetes. Voló ligera como una pluma y cayó en el fuego junto a él. Las llamas la envolvieron en un instante, y su figura se consumió en una llama brillante. El soldadito no se movió. Por fin estaban juntos, en el mismo lugar, aunque fuera en el último momento de sus existencias. Cuando la mañana llegó y los restos de la chimenea fueron limpiados, en el centro de las cenizas se encontró una pequeña figura de plomo: un diminuto corazón, perfectamente formado. Junto a él, la lentejuela dorada de la bailarina brillaba entre las brasas apagadas. Preguntas de comprensión lectora
Respuestas a las preguntas de comprensión lectora
Reflexión Cierre de la experiencia de lectura El cuento de "El soldadito de plomo" nos transporta a un mundo donde los juguetes tienen vida propia, sentimientos y sueños. A través de las desventuras del valiente soldadito, recordamos que todos tenemos limitaciones, pero también la capacidad de enfrentarlas con coraje y dignidad. Análisis de la moraleja o lección moral La principal enseñanza de este cuento radica en la firmeza y entereza del protagonista. A pesar de sus dificultades —físicas y del destino— el soldadito nunca se queja, ni cambia su esencia. Representa a aquellos que, aunque heridos o incompletos, no pierden su valor ni su fe. También nos habla de los amores imposibles o ideales, que muchas veces son tan frágiles como una bailarina de papel. Y nos muestra que el destino es a veces cruel, pero digno si se enfrenta con valentía. Preguntas para reflexionar
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